Ante esa encrucijada que la vida le ponía, creyó que lo mejor era, antes de tomar una decisión, consultar a los expertos. Algunos, unos cuantos, le aconsejaron que sí, que avanzara en lo que había pensado, que iba en la dirección correcta, que probablemente no iba a tener otra oportunidad como esa y que valía la pena el riesgo. Si no lo hacía, se lo iba a reprochar a sí mismo toda la vida. Pero otros, tan numerosos como los anteriores, opinaron que no, que de ninguna manera, que eran puros disparates y que, si seguía empecinado en esas ideas absurdas, muy pronto, antes de lo que se imaginaba, se iba a arrepentir.
Pasó varios meses pendulando entre el sí más absoluto y el no más rotundo. Pensó en buscar un punto medio, pero se dio cuenta de que cuanto más lo buscaba más se alejaba de él. Recordó la famosa frase: “no se puede pactar con las dificultades ...” etc. Finalmente, ante esa encrucijada que la vida le ponía, creyó que lo mejor era, antes de tomar una decisión, poner un poco de ropa en una valija, sacar el dinero del banco, arrojar el celular por el indoro y subirse, lo más rápido posible, al primer avión.