lunes, 5 de abril de 2010

NARRATÓN (Olavarría, 2 y 3 de abril 2010) Cuento verdadero

Había una vez un país donde no existían los relojes. Allí el tiempo no se medía en horas, minutos y segundos sino en intensidad. La intensidad, por ejemplo, de la emoción, de la alegría, del abrazo profundo, del aplauso que nace desde el alma y se entrega como un regalo de amor, del apoyo al compañero, del placer de la escucha, de las ganas de comunicar y compartir. Ese país se llama Narratón y queda en las tierras de Olavaría, tierras de bajas temperaturas, que el visitante nunca siente porque la calidez de sus habitantes alcanza para templar el cuerpo y la voz. A ese país llegamos un grupo de narradores de Capital Federal, Gran Buenos Aires y La Plata. Y un invitado especial, andaluz hasta la médula, Miguel Fo. El jefe de la expedición fue Claudio Ledesma, líder, maestro, compañero, narrador de voz acariciante y de mirada franca. Pero en Narratón ocurren cosas poco vistas: los jefes se hacen servidores, los más poderosos sostienen a los más débiles, los más experimentados aplauden a los novatos y todos se suben al tren de cada cuento y se dejan llevar por la voz del narrador o de la narradora por recorridos insospechados, que pueden llegar hasta la luna, echando a volar todos juntos multitudes de mariposas, amasando los más exquisitos chipás, envasando besos caseros para todos los gustos o participando de un baile de disfraces en el Boliche El Resorte, que, aunque usted no lo crea, tiene una sucursal allí mismo, en Narratón. Como si esto fuera poco, hay un fuego que, en las noches, baila sobre los troncos y dibuja en el aire las figuras de los sueños, los recuerdos del pasado y las formas del amor. Y no otra cosa que formas del amor fueron la fidelidad de la gente, chicos y grandes, que nos acompañaron pueblo por pueblo, sin cansarse, dispuestos siempre a escuchar un cuento más; la generosa invitación de Maribel a participar de su programa de radio, después de habernos presentado en cada uno de los museos; la dedicación con que los encargados de La Casa del Deporte nos atendieron y solucionaron los problemitas que se fueron presentado. No otra cosa que formas del amor fueron los abrazos de despedida, las miradas profundas y la promesa de volver a encontrarnos en ese país que no tiene relojes ni tiene colorín colorado porque en Narratón, los cuentos, por suerte, no han terminado.