jueves, 28 de abril de 2011

Carne picada

La primera vez que entramos juntos al departamento, lo recuerdo bien, nos tomamos de la mano. Necesitábamos un rito que marcara definitivamente ese momento, pero aquello de que la novia entre en brazos del novio no resultaba adecuadao. Ninguno de los dos lo mencionó pero estoy segura de que los dos lo pensamos. Entonces, nos tomamos de la mano, cerramos los ojos unos segundos, respiramos hondo, empujamos la puerta y entramos. Por suerte, el olor a revoques, a pintura, a maderas recién lustradas era lo suficientemente intenso todavía para sentar las bases de una nueva memoria olfativa. No podíamos permitirnos ningún tipo de recuerdo. Todo debía ser fundante. El día anterior Andrés había colocado en el balcón un macetero nuevo, con tierra abonada comprada en el vivero, y había sembrado semillas de petunias. Semillas, no una planta ya hecha. Yo traje un aromatizante de ambientes que tenía un precinto y lo abrimos allí, entre los dos, riéndonos como dos chicos mientras apretábamos alternativamente el vaporizador en cada cuarto, en cada rincón. Riéndonos nos abrazamos y nos dejamos caer en el sillón de tres cuerpos, muy grande tal vez para ese living pero nuevo, comprado de oferta sí, pero nuevo. Y seguimos riéndonos mientras recordamos la locura de esa tarde: entre la lista de electrodoméstcos que podíamos canjear por los puntos de la tarjeta, elegimos lo que nadie elegiría, una picadora de carne. Y seguimos riéndonos mientras nos juramos que jamás nuestras risas habían sonado de ese modo.
-¿Qué vamos a hacer con una picadora?- le pregunté con los ojos húmedos de tanto reír.
-¿No te lo imaginás?- me dijo.-Vení.
Me llevó a la cocina. Con orgullo me mostró una hermosa pieza de carne que había comprado esa mañana en el supermercado. La fue recorriendo con el dedo mientras me decía:
-¿Ves? Aquí está representada toda nuestra historia.
Comprendí enseguida. Con rapidez, con furor, instalamos la máquina, cortamos la carne y comenzamos a picarla, a triturar con cada trozo nuestro pasado, cada año de silencio y simulación, cada suspicacia, cada mirada sobradora, cada eslabón de esa cadena que había encarcelado nuestro amor. Cuando toda la carne estuvo picada, pusimos una olla al fuego y la rehogamos con cebolla. Recién cuando cambió de color y le agregamos el tomate y los condimentos, nos sentimos libres. Por fin nos sentimos auténticos, nosotros mismos, Andrés y Julián, juntos al fin, sin máscaras.

2 comentarios:

  1. Me sorprendió. Hay un juego seductor, amoroso, femenino, pero...Te jugasta con un relato diferente. Un Oddo que se arriesga, sutil siempre, con un armado inquietante, donde la rutina se descubre -finalmente- novedoso/actual. Los nombres dicen todo, o casi. Hay algo "gastronómico", "negro", puesto en la carne, el pasado, el acto de picar...Me atrajo. Beso.

    ResponderEliminar
  2. Corrección al primer mensaje: jugaste - novedosa
    ...esas eran las palabras correctas, querida ANA, pero mis dedos...

    ResponderEliminar