martes, 21 de febrero de 2012

Poder o no poder

Esa noche, después de recibir el aplauso consagratorio y mientras dirigía unas palabras de agradecimiento, el nuevo presidente sintió una molestia a la altura del cuello de la camisa. Fue justamente cuando alzó la vista y vio, distribuidas estratégicamente, las figuras inconfundibles de los hombres de negro, con sus miradas frías, amenazantes, fijas en él. Al promediar el discurso, en el que no pudo evitar referir los esfuerzos de la campaña ni las acostumbradas promesas, pasó su índice izquierdo sutilmente por la zona. Unos minutos después, su asesor de imagen notó una arruga gruesa en la blancura impecable de la camisa. El presidente seguía enumerando las futuras maravillas que traería su gestión, especialmente para aquellos que lo habían votado, cuando su secretario privado, algo preocupado, le indicó que acortara el discurso. Efectivamente, la molestia, la arruga, se había extendido hacia abajo y cruzaba ya la corbata estampada. Y, lo más sorpendente, también hacia arriba: atravesaba su pómulo izquierdo y se dirigía hacia la frente. Apenas tuvo tiempo para esbozar una despedida antes de que la arruga, ese pliegue infame, ese surco oscuro, irregular, se extendiera decidido por la redondez pálida de su cabeza calva. Sus colaboradores lo rodearon inmediatamente y lo ocultaron de la vista del público. Entre cuatro tuvieron que subirlo al auto para alejarlo lo más rápidamente posible y evitar las cámaras de periodistas y curiosos cuando el traje del presidente, sus zapatos, su cuerpo todo se habían convetido en una larga, blanda, cruel, despreciable arruga.

2 comentarios:

  1. ARRUGAS QUE DESCOLOCAN, HUMANIZAN, MOLESTAN Y DELATAN. ABRAZO COMPLICE.

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  2. Excelente, Ana. Parece una arruga justiciera del tiempo la de tu relato. Me encantó la trama , el lenguaje, la resolución. Una mini ficción que dice mucho.
    Un abrazo.

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