lunes, 4 de enero de 2010

Evocación

El encuentro de narración que tuvimos el sábado pasado en la Plaza de los Españoles, en Castelar, movilizó mucho las evocaciones personales de los presentes. También las mías. Recordé este textito que superpone mi infancia y la de mis hijos. Me volví a emocinar al releerlo y por eso lo comparto:

Strudel para la hora del té


Esta mañana un poema ha venido volando de . . . Bueno, no sé muy bien si los poemas vienen volando desde la eternidad para estrellarse en sonidos y hacerse palabra y desde allí instalarse en lo profundo del corazón o si salen del corazón, se hacen verso y desde allí se despliegan en infinidad de alas sin retorno.
Lo cierto es que el poema rondaba y rondaba y mi corazón parecía ensancharse para cobijarlo o para parirlo.
“Quisiera ser . . . “
Pasaban la horas. Y a mi alrededor todo parecía estar suspendido, esperando, como en una tensa calma.
Son las cuatro de la tarde. Sin darme cuenta, mis pies se han encamiado a la cocina y, cuando reaccioné, ya estaban mis manos tirando harina sobre la mesa.
“Quisiera ser . . . “
Con la voz del verso, otra voz me hablaba. La voz de un niño amado, acunado, eterno niño entre mis manos que me trae de su mano a la niña que fui.
“Quisiera ser . . . “
Azúcar y huevos. Y hay que ver cómo mis manos diligentes amasan y amasan. Y con la masa vienen otras voces y otros versos. Infancia de muñecas y de sueños. Infancia de inocencias y de esperanzas. Se va amasando el strudel y unos ojos asombrados, en la ronda de la calesita, me miran y me buscan y se alegran en mis ojos. Una lluvia de frutas cae sobre la masa y sobre el primer guardapolvo a cuadritos. ¡No te olvides la canela! ¡No te olvides el cuaderno, con cuentitas y renglones recién estrenados! Un toque de azúcar negra le da identidad, casi casi como un diploma que cierra o que abre etapas.
“Quisiera ser . . . “
Ahora hay que arrollarlo y mis manos acompañan el rodillo tierno que va creciendo, como aquellos rulos tibios o esas trenzas rebeldes que no querían venir.
El horno caliente completará el milagro, como todos esos milagros de cada día cuando aquellas pequeñas voces rompían el silencio de la tarde.
Son las cinco. Uno a uno van llegando y elogiando el aroma dulce que inunda la casa. El poema no hace pie, no estalla en sonidos, se queda sin palabras. Nos sentamos a tomar el té.
-¡Qué rico, mamá! Como cuando éramos chicos.
El poema está vivo en la cocina de casa.

1 comentario:

  1. ¡Qué bello, Ana! Recorro la poesía con todos los sentidos...Muy emotivo. Gracias por compartirlo.

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