sábado, 30 de enero de 2010

Hay calores buenos







A pesar de que las altas temperaturas de estos días nos han agobiado, hay calorcitos buenos, que estimulan, que emocionan, que hacen sonreír o exclamar, que ponen la piel de gallina. Es el calorcito de la palabra entregada con amor, como un regalo puro y misterioso, que cada uno deberá recibir y descubrir. Es el calorcito de los cuentos. Esta vez compartidos con Claudio, Marta y Juan Pablo, el colombiano de turno en esta contada. Fue el jueves 28 en el Brioche Dorée del Ateneo, precioso, con cositas ricas y con ... ¡aire acondicionado! Proximamente se repetirá. ¡No se lo pierdan!

jueves, 21 de enero de 2010

Para qué la palabra


Este fragmento es de la querida y admirada María Teresa Andruetto y pertenece a su ponencia Pasajera en tránsito. ¡Una delicia!


"¿Para qué escribir, para qué leer, para qué contar, para qué elegir un buen libro en medio del hambre y las calamidades? Escribir para que lo escrito sea abrigo, espera, escucha del otro. Porque la literatura es todavía esa metáfora de la vida que sigue reuniendo a quien dice y quien escucha en un espacio común, para participar de un misterio, para hacer que nazca una historia que al menos por un momento nos cure de palabra, recoja nuestros pedazos, acople nuestras partes dispersas, traspase nuestras zonas más inhóspitas, para decirnos que en lo oscuro también está la luz, para mostrarnos que todo en el mundo, hasta lo más miserable, tiene su destello".

lunes, 4 de enero de 2010

Evocación

El encuentro de narración que tuvimos el sábado pasado en la Plaza de los Españoles, en Castelar, movilizó mucho las evocaciones personales de los presentes. También las mías. Recordé este textito que superpone mi infancia y la de mis hijos. Me volví a emocinar al releerlo y por eso lo comparto:

Strudel para la hora del té


Esta mañana un poema ha venido volando de . . . Bueno, no sé muy bien si los poemas vienen volando desde la eternidad para estrellarse en sonidos y hacerse palabra y desde allí instalarse en lo profundo del corazón o si salen del corazón, se hacen verso y desde allí se despliegan en infinidad de alas sin retorno.
Lo cierto es que el poema rondaba y rondaba y mi corazón parecía ensancharse para cobijarlo o para parirlo.
“Quisiera ser . . . “
Pasaban la horas. Y a mi alrededor todo parecía estar suspendido, esperando, como en una tensa calma.
Son las cuatro de la tarde. Sin darme cuenta, mis pies se han encamiado a la cocina y, cuando reaccioné, ya estaban mis manos tirando harina sobre la mesa.
“Quisiera ser . . . “
Con la voz del verso, otra voz me hablaba. La voz de un niño amado, acunado, eterno niño entre mis manos que me trae de su mano a la niña que fui.
“Quisiera ser . . . “
Azúcar y huevos. Y hay que ver cómo mis manos diligentes amasan y amasan. Y con la masa vienen otras voces y otros versos. Infancia de muñecas y de sueños. Infancia de inocencias y de esperanzas. Se va amasando el strudel y unos ojos asombrados, en la ronda de la calesita, me miran y me buscan y se alegran en mis ojos. Una lluvia de frutas cae sobre la masa y sobre el primer guardapolvo a cuadritos. ¡No te olvides la canela! ¡No te olvides el cuaderno, con cuentitas y renglones recién estrenados! Un toque de azúcar negra le da identidad, casi casi como un diploma que cierra o que abre etapas.
“Quisiera ser . . . “
Ahora hay que arrollarlo y mis manos acompañan el rodillo tierno que va creciendo, como aquellos rulos tibios o esas trenzas rebeldes que no querían venir.
El horno caliente completará el milagro, como todos esos milagros de cada día cuando aquellas pequeñas voces rompían el silencio de la tarde.
Son las cinco. Uno a uno van llegando y elogiando el aroma dulce que inunda la casa. El poema no hace pie, no estalla en sonidos, se queda sin palabras. Nos sentamos a tomar el té.
-¡Qué rico, mamá! Como cuando éramos chicos.
El poema está vivo en la cocina de casa.

domingo, 3 de enero de 2010

Por la paz

La tarde estaba cálida, el aire sereno. Era un buen momento para plantar nuestra pequeña pero firme banderita de la paz. Y nos fuimos a la plaza nomás, a la Plaza de los Españoles. La gente tomaba mate, tocaba la guitarra, jugaba a las cartas o a las carreras; algunos hamacaban a sus bebés; las parejitas se disfrutaban con ternura. Cada uno construía su espacio de paz. Se me ocurrió que cada grupo iba entretejiendo la trama de una historia linda para contar: la historia de la gente que, a pesar de todo, siente que, como dice mi amigo narrador Oscar, la vida vale la pena.
Y claro, no nos podíamos perder la oportunidad. Allí, sentados en el pasto, en ronda, alrededor de ese fueguito imaginario que el calor de la amistad generaba, fuimos desgranando historias, regalos del corazón que cada uno quería brindar al otro con cuidado artesanal, con alegría. La tarde se fue haciendo noche. Y nos despedimos en la penumbra, como para que las sombras se encargaran de guardar todos los tesoros que las palabras habían ido fabricando, mundos donde los recuerdos, las evocaciones y los deseos se hicieron posibles.
Gracias Patricia, gracias Miguel, gracias a todos los que nos acompañaron.