Y allí estuvimos, para homenajear al querido Gustavo Roldán y para compartir la palabra con ese grupito de pequeñas narradoras, pequeñas de tamaño pero gigantes en expresividad, en ganas de decir, de interpretar personajes, de interactuar con el público, de saborear un buen cuento. Fue, como suele ocurrir, una de esas tardes mágicas en que nos visitaron sapos y coatíes, princesas y dragones, chivos y osos hormigueros, picaflores y murciélagos. Y dicen que tan bueno estuvo todo que ni Dios ni el diablo se lo quisieron perder y hay quienes afirman que los vieron sentaditos, muertos de risa, en la última fila.
¡Gracias, Graciela! ¡Gracias, chicos de la 10! Hasta la próxima.